martes, 10 de julio de 2012

Cronica: Afganistán se olvida de las mujeres

Las mujeres afganas son víctimas de una mentalidad medieval. No existen leyes ni justicia, sólo tradición y la voluntad inapelable de unos hombres embrutecidos por 30 años de guerras que se amparan en el nombre de Dios para ejercer la violencia. En muchas zonas rurales se rapa el pelo a los niños durante la celebración de las bodas con la esperanza de que su fealdad les salve de una violación, a menudo por parte de un familiar. Ocho de cada 10 mujeres sufren violencia doméstica y un 60% es obligada a contraer matrimonio antes de cumplir 18 años, según datos de Naciones Unidas y de la Asociación Revolucionaria de las Mujeres de Afganistán. El presidente Hamid Karzai, financiado por la comunidad internacional -incluida España-, aprueba leyes que permiten a los maridos chiíes castigar a sus esposas sin comida si éstas no les complacen sexualmente.
"El burka no es el problema si es ella quien decide libremente llevarlo", afirma Fatana Ishaq Gailani, premio Príncipe de Asturias de la Concordia de 1998 y presidenta de una ONG que defiende sus derechos. "El gran problema de las mujeres afganas es el trato inhumano que reciben. Nadie las protege de la violencia. Ni el Gobierno ni la comunidad internacional han hecho nada en ocho años por cambiar la situación. Es imposible condenar a nadie por violación; los jueces liberan a los acusados tras el pago de un soborno. La mujer afgana apenas tiene acceso a la educación y en las zonas rurales vive en condiciones de extrema pobreza".
Faima tiene 23 años, es de Kabul y afortunada: pudo terminar la enseñaza secundaria, algo vedado al 95% de las niñas que inician la escuela. Aguarda su turno en una sala del centro ortopédico que el Comité Internacional de la Cruz Roja tiene en la capital desde 1988. Es por su hijo Rahnan, con una malformación en el pie. "No me gusta el burka. Me siento en una cárcel y debajo hace mucho calor. El hiyab es la prenda que exige mi religión y es la que llevo sobre la cabeza. Mucha gente piensa así en Kabul, pero sé que en las provincias es diferente. Allí, muchas mujeres tienen que llevar el burka por fuerza".
Salima es una de ellas. Procede de la norteña provincia de Takhan y lleva el burka levantado sobre la frente. Al principio se niega a conversar. Dice que necesita el permiso de su marido. Con la ayuda de una de las fisioterapeutas accede cubriéndose la boca con los pliegues: "Nadie me obliga a llevarlo. Debajo de él me siento más segura. No me gusta que los hombres me miren en la calle".
Malalai Joya tiene 35 años y es una de las 64 diputadas del Parlamento, pero no puede acudir a su escaño porque fue expulsada pese a que la ley no contempla esa posibilidad. Está amenazada de muerte y vive en la clandestinidad. En su caso, el burka es un seguro de vida. "La mayoría de nuestros políticos y parlamentarios son unos narcotraficantes y criminales de guerra que deberían ser detenidos y llevados ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya", explica en uno de sus refugios. Opiniones como ésta, que expresó en la Loya Jirga (Gran Asamblea) en 2003, le han colocado en la mira de demasiadas armas.
"La situación de la mujer en Afganistán es un infierno", prosigue. "Muchas optan por el suicidio para escapar de la violación legalizada en la que se han convertido muchos matrimonios. No pueden salir sin permiso de sus maridos. Tampoco educarse. Vivo en un país de misóginos que temen a la otra mitad. Dicen que somos el 25% de los diputados, pero es mentira: las mujeres apenas pueden hablar en el Parlamento, son insultadas y atacadas. A mí, por ejemplo, me intentaron violar. Las cosas no han cambiado desde que se fueron los talibanes y el país fue ocupado por tropas extranjeras". Malalai maneja papeles y muestra fotografías; es una mujer entregada a una causa. "Sé que un día me matarán. Ya lo han intentado cinco veces, pero no me voy a rendir", dice.
Sdika tiene 12 años. Se levanta a las seis de la mañana. Una hora después entra en el colegio pero a las diez debe regresar a su casa para ayudar y hacer la comida. Le gustaría ser pintora. Dibuja jardines y casas grandes. Deben ser sus sueños desde un Kabul envuelto en una neblina de polvo y arena que daña los ojos. Dice que no le gusta el burka. "No me lo pondré hasta que me case. Después dependerá de lo que decida mi marido".
La diputada Fawzeja Kofi se queja de que los candidatos a la presidencia no han dedicado su atención a los problemas de la mujer. También cree que el burka no es el problema, sino la representación del problema. Confía en que los jóvenes y las nuevas tecnologías rompan el cerco. "Poco ha cambiado la calidad de vida de las mujeres desde la salida de los talibanes. Aquí se mata a la mujer por ser mujer. Sólo en Kabul hay 60.000 viudas que deben llevar el peso de la casa y que carecen de derechos. La única vía es la educación, que el 85% de mujeres analfabetas aprenda a leer y a exigir sus derechos. Tenemos un Gobierno corrupto que lo único que ha hecho es legalizar la tradición. Vivimos en una cultura de la impunidad que nada tiene que ver con la sharia [ley islámica]".




http://elpais.com/diario/2009/08/24/internacional/1251064801_850215.html

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